lunes, 20 de diciembre de 2010

Si no digo nada

Si no digo nada antes de fin de año, creerán que ha ganado la censura. Que el flan perfecto no cree en la navidad y que está en contra de la pirotecnia. Pero las palabras salen como birras estos días, casi sin excusa, y van a parar a un doble fondo que parece absorber todo, como el hígado.
Si no digo nada, qué pensarán mis blogs más amigos? Dirán de mí un espacio sin alma, frío como las fiestas del gran país del norte, sintetizadas en la desdichada noche buena del pequeño Kevin, mi pobre angelito.

Si no digo nada puede que se seque la tinta y se pegue en paredes de mi conciencia, a modo de alquitrán. Puede que me atormente por siempre. Las gansadas no dichas, los recuerdos no contados; el temor de cualquier charlatán.

Son épocas de reflexión, de balance, de una feroz autocrítica. Los proyectos no se han cumplido, las metas no se ven ni siquiera a cierta distancia y lo que uno creía crecimiento no es otra cosa que envejecer.
Madurar queda para las frutas y para los proyectos de ley.

Con la tranquilidad del incumplimiento, empiezo a fijar objetivos para un 2011 muy cercano, vecino al fin del mundo y anfitrión de la Copa América, junto a nos los representantes del pueblo argentino.

Empiezo a vivirlo, y a usar la cabeza para cosas que se resuelven en el corazón.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Rockero

El rockero le escribe a su pareja estable. Cambia revolución por un plato caliente a la vuelta del ensayo, se corta el pelo porque ella se lo pide y le parece justo. Combina breves dosis de cerveza con largas caminatas, distorsión y acordes disonantes con letras que apuntan al confort.
El público no perdona y se habla como poco de traición. En cualquier recital en donde las remeras sean grises de tanto pogo, donde el negro se va fundiendo en el salto unánime y el estampado muestra la hilacha, la muchedumbre dedica cánticos de desprecio al artista, antes de que empiece el show, entre tema y tema, y como despedida.
El rockero se entristece puertas adentro, abrazado a su mujer, el perro a los pies de la cama. Comenta lo dura que puede volverse la gente, lo difícil que resulta pertenecer a algo por mucho tiempo. Reflexiona sobre los prejuicios de gente que parecía tan libre.
Aquello que podría gustarle a un nuevo público, identificado con letras tenues desparramadas en temas violentos, se vuelve estéril. Esa gente conoce su pasado y no perdona. Desconfía de su reciente trabajo y se refugia en una crítica destructiva, ocultando un fanatismo latente que probablemente nunca revelará.
El rockero se sabe incapaz de traicionarse e insiste, quizás con palabras algo más oscuras, producto de una incipiente depresión. Canta a su mujer y a sesiones de terapia que lo alivian; a algunas medicinas poco recomendadas. Lleva sus trabajos bajo el brazo, tocando timbre en discográficas independientes, viendo como se cierra una puerta tras otra, al tiempo que sus fuerzas decaen y su pareja se preocupa.
El público le pierde el rastro y ya no hay enojo, sólo indiferencia. Las radios evitan sus canciones aunque al musicalizador le guste, que no lo dice, que teme por su puesto.
El rockero se vuelve adicto, ya no a medicinas sin prescripción, sino a drogas pesadas, de las que te meten preso. Combina ciclos de euforia y creatividad autodestructiva con letras de desprecio sin dirección, a un mundo que cada uno imagina como su propio enemigo.
La mujer lo deja, esparciendo un río de lágrimas a su paso, una tristeza profunda que le sabe a culpa, llevándose al perro y unos cuantos bártulos con ella.
Su público lo recibe de nuevo como uno de los suyos. Como un buen hombre que por un momento se alejó del camino. Tienen remeras y mochilas con su nombre y no dudan en volver a lucirlas. Porque la traición sólo se siente cuando hay cariño, y nada quiere más un buen resentido que volver a querer.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Un pie en la ruta

Ahí viene lo bueno, a trancos desde febrero más o menos. Lo bueno de meter dos pares de medias y tres remeras en una mochila, anticipando un viajar sucio y poco premeditado. El irse justo cuando se viene el verano jodido, describiendo nuestro andar más cobarde, en un año con todo a medio hacer.
Viene el asunto de partir la cabeza en dos y de dejar que la más impulsiva maneje tus ahorros, que justifique todo con la inflación y la baja tasa de interés. El asunto de animársele al sistema y al futuro, sin duda abstracciones que no conocemos en lo más mínimo; pero suena arriesgado y nos gusta oírlo.
Ya tenemos un pie en la ruta que hoy nos encanta y mañana odiamos porque el dedo pasó de moda y la inseguridad es la excusa perfecta para no cargar con unos hippies. O el tema de la ley, en las camionetas con cajas.
Nos ponemos anteojos de sol hasta para ir al banco porque no todo es no encandilarse sino también manejarse con estilo. Sacamos el plazo fijo antes de tiempo, defraudando a mucha gente de traje y entorpeciendo un sistema que casi no conocemos, pero que se basa en conductas opuestas a las nuestras. Amenazan con tremendas penalizaciones, pero tras los lentes oscuros todo parece lejano, incapaz de culminar en consecuencias reales. Si tuviésemos un arma quizás intentaríamos llevarnos unos pesos extra, pero el tema del desarme en el fondo nos preocupa y proponemos cambiar pistolas por libros, granadas por participaciones en redes solidarias.
De shopping las mallas amagan con volverse pantalones largos y nos preguntamos quién empezó a corromper el objetivo inicial de estar cómodo y veraniego. Pero las vendedoras fingen que no entienden de qué hablamos y nos tratan como a un dinosaurio.
Caminando por calles céntricas nos identificamos con los nuestros y pensamos en saludarlos, pero se nos ocurre arriesgado y preferimos una complicidad implícita, que se refleje sólo en un paso despreocupado y en las havaianas de color.
No es por ser alarmista, pero tampoco es cuestión de ignorar esta ola de irresponsabilidad que se nos viene cada primavera. Puede que un día le sigamos mucho la corriente y ya no haya vuelta atrás.

viernes, 15 de octubre de 2010

Como un grisín

El flan perfecto, como el banco central, imprime un papel devaluado, con altos costos para su credibilidad, atentando contra su propia institución. Dinamita sus bases en medio de discursos sin respaldo, contra toda teoría literaria.
Establece prioridades con la sensatez del niño, prefiere callar verdades, decir huevadas, convencer al lector por cansancio y no por calidad.
Representa la palabra del argentino que prefiere pronunciar miles antes que pensar dos veces. Se acerca peligrosamente al status del charlatán y es inmaduro por falta de opciones, pero elegiría serlo si pudiera.
El flan perfecto navega una internet obsoleta, reniega de twitter por ignorante, pero se anuncia en facebook y hace más evidente sus contradicciones. Pero todos conocen algún fundamentalista y no por eso hay que marginarlo. Incluyamos al diferente para no pelear entre nosotros.
Es menester que confíen en su voluntad de pago. El flan perfecto promete retribuir cada minuto de lectura desperdiciada con horas de atrapantes historias, personajes queribles que se asemejen de forma sutil a cada uno de nosotros, y finales para todos los gustos, con el infaltable ingrediente del amor.
Absorción para la creación, se repite hasta el cansancio, leyendo hasta el pote de la crema de enjuague. Pero nadie cree tampoco en el silencio. Y las páginas caducan. Y el cliente se va con la competencia.
El trabajo se hace cuesta arriba cuando se tiene que pensar hasta el título, cuando el pasado te respalda menos que a medias y cuando el hombre de acción te apabulla cada día con una nueva idea.
El flan perfecto lleva su ilusión como bandera, pero de momento no corre viento y el mástil titubea, frágil como un grisín.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Viejo verde

Había un termo. Que era distinto a los demás, por lo viejo y porque era verde. Un termo que no te silbaba si lo dejabas mal cerrado y que se hizo amigo cebando litros y más litros de mate. Nunca quiso llevar café con leche azucarado o jugo para un pic nic; y nunca lo obligamos.
Pero resulta que un día las cosas están arriba de una mesita plegable, que un tornillo se cansa de sostener y que no hay cosa apoyada que se salve. Eso pasa por tenerla siempre desplegada, me dicen algunos. Y puede que sea cierto, el tornillo contaba con recesos que no supe darle.
Igual el mundo sigue, y si uno no toma mate es fija que empiezan los problemas. Así que nos vamos de compras, unos billetes que valen casi tanto como los del juego de la vida y yo.
No puedo evitar sentir la traición. Un asesinato, una bolsa de plástico, un reemplazo. La sospecha entendible del barrio que susurra a medida que avanzo. Ni siquiera hacia un negocio acogedor, con dueños de edades incalculables. Voy al súper, a llevar lo que me quieran vender en otra bolsa de plástico, a intercambiar palabras apáticas con una cajera caracúlica.
Elijo el termo más feo, porque no creo en el olvido. El más barato, con la ilusión de que una sustancia tóxica se desprenda de su interior a cada mate y termine por hacer justicia.
Tiene Discoplús?
La tengo en el bolsillo, pero me niego a sacar provecho de la desgracia. No soy Crónica TV, aunque me agrada que digan cuántos días faltan para la primavera.
No, no tengo.
Rechazo la bolsa de nylon que me brinda la cajera con cartel de Carolina y me acuerdo de que en un momento las habían prohibido.
El ticket me avisa que hubiera sumado 10 puntos por la compra y me agradece por elegirlos. Yo me siento un inmundo, pero saludo cortésmente.
Cuando estoy de nuevo en casa me doy cuenta que es el primer termo que estreno y no estoy muy seguro acerca del protocolo de iniciación. Me pregunto si habrá que curarlo.
Lo enjuago con agua de la canilla en un rapto de lucidez, orgulloso de tan magnífica idea. El líquido entra transaparente y sale transparente y asumo que el asunto está concluido.
Todo tan rápido, sin trámites administrativos ni gastos de sepelio, que empiezo a dudar de mi tristeza. Me pregunto si seré tan cretino de olvidarlo con el primer mate y me presiento capaz de hacerlo.
Decido lo que creo más correcto y pongo manos a la obra.
Voy hasta el patio y recojo la bolsa negra que contiene al difunto. Lo saco, llevo las tres piezas que lo componen hasta la mesada y lo pongo de cara al nuevo para que mire.
En un horrible frenesí de muerte preparo un jugo de pera y sandía, del que es en polvo, con agua natural y una hielera entera. Lo revuelvo en el interior del recién comprado y cuando los cubos se han achicado lo suficiente lo tapo, a rosca, como a cualquier otro.
Los dejo uno enfrente del otro y me siento a observarlos con oscura satisfacción, sabiendo que un termo que alguna vez cargó jugo no podrá borrar la memoria de otro que no. Lo sé yo; lo sabe mi antiguo compañero; lo sabe el maldito mundo entero.
Por qué te fuiste, termo verde? Digo y le entrego una mirada sincera.
Por qué? Agrego sobre al final, mientras sirvo el horrible brebaje que me comprometo a terminar.


miércoles, 1 de septiembre de 2010

Inescrutable

El flan perfecto pierde el Norte por lo poco letrado, y por lo inexperto, en los asuntos del corazón.

Lo intenta. Busca por los pasillos de su alma un reguero de verdades. Pero las confunde con venas azules que terminan en viscosos aparatejos, de ruidos indescifrables.
Consume kilómetros de pensamientos que se atascan antes de llegar a buen puerto, apretados por un colesterol de frases vacías y panceta.

Vuelve a intentar. Se asoma a espiar huecos inhóspitos de su conciencia, descascarados por la humedad y reducidos al abandono. Grita de a ratos hasta que ni el eco responde y vuelve rendido sobre sus pasos, sin el menor reparo, como si patease una fábrica deshabitada.

Se queda pensativo. Medita el tema de la tercera persona y lo asocia con una impunidad ficticia, comparable a la de las peores atrocidades, cometidas por los peores hombres. Apura el paso, inquieto, como asustado por su propia sombra. Alcanza a ver su reflejo en un charco justo antes de caer. Una mueca deformada vuelve sobre sus pupilas hasta que el golpe seco del porrazo lo deja inmóvil, con los ojos perdidos a unos pocos centímetros del suelo.

Balbucea y busca entre unas cuantas personas el rostro familiar que termine por sacarlo de allí, bajo el simple consuelo de que todo fue un sueño. Pero el tiempo transucurre con las pausas justas que lo demuestran cierto. Puede intuir que el grupo se aleja y que empieza a quedarse solo. Abre la boca con esfuerzo pero al principio un sonido gutural reemplaza a las palabras.

Casi sin aliento, con la cara apoyada sobre el piso susurra una frase inescrutable. Las compuertas de sus ojos se cierran y atrapan unas cuantas lágrimas en el camino, mientras que otras más afortunadas se lanzan a la carrera sobre la mejilla y se estrellan de un salto contra el oscuro suelo.

sábado, 21 de agosto de 2010

Filosofía

El equipo abandona la clase de filosofía y ética, se aleja en silencio por los pasillos de la facultad. Porque sus pensamientos quedaron patas para arriba y entre tanta actividad mental nadie se atreve a decir algo que lo pueda hacer quedar como un tonto.
Bajo nuevas ópticas sus vidas adquieren otro significado y no pueden menos que sentirse vacíos, esclavos de una frivolidad desesperante. Encaran hacia el bar vecino saboreando por adelantado unas cervezas metafísicas y lo que promete ser la charla más fértil de su flamante nivel terciario.
Llaman a un mozo con desdén porque ahora todos sus movimientos tienen significado, y el llevar una bandeja de un lado al otro se aparece como una tarea hueca, digna de un ser más parecido al mono que al hombre pensante.
Piden cervezas especiales, que no conocen, pero que valoran por su precio. La más chica es la más cara y el que la pide la prueba satisfecho. Se propone un brindis con timidez, porque nadie se anima a arrojar la primera piedra, pero el del mini porrón sugiere: ¨A la filosofía como alimento de nuestras almas y a la ética como guía de nuestras acciones¨.
La aprobación es unánime e instantánea y es que, además de todo, los sentimientos del grupo se han ensanchado.
Una vez dicho esto, los jóvenes empiezan a conversar en tono socrático, con solemnidad, sopesando cada término antes de formularlo, evitando así el riesgo de verse paradigmáticos.
Pasados unos cuantos minutos la charla se torna acalorada y varios de los que trabajan se quitan sus corbatas y sus sacos. Los más prolijos empiezan a perder la compostura inicial, combinando su nuevo aspecto desalineado con un espíritu inconformista.
En el sector apostado contra la ventana se discuten los más elementales principios de la educación universitaria y se arrojan las primeras ideas acerca de la formación de un centro de estudiantes.
Uno sentado cerca de la ventana aprovecha lo que significa para él el momento de revelar su verdadera identidad, su pasado hippie y en un movimiento rápido se quita una campera sobria pero sofisticada para dejar ver un suéter descolorido, con varios detalles apolillados. La impronta del muchacho cambia drásticamente y cualquiera que lo viera apoyado contra la ventana podría viajar de súbito a un pasado no muy lejano.
La imagen pierde brillo y el cartel que promociona las conexiones wi fi se ve ahora borroso. Quizás por una pipa que de pronto acompaña al grupo, en las manos de uno que apalabra acerca de la ontología y el ser. El plasma arrinconado entre la puerta y una ventana se apaga en un acto de respeto hacia palabras mayores.
Pasadas las horas el escenario se transorma en un cafetín. Los jóvenes desalineados ven crecer sus barbas al ritmo de sus niveles de alcohol en la sangre. Colectivos con trompa y patentes numéricas atraviesan la bocacalle al tiempo que un camión de Manliba interrumpe diálogos de lo más fructíferos con su triturador móvil.
Los menúes en el bar vuelven a decir milanesa con fritas y fideos bolognesa, con precios que no llegan a las dos cifras ni de casualidad.
Pero claro. Al pedir la cuenta la escena se diluye. El tercer milenio reaparece, derramando su diseño por las cosas más insólitas, con una creatividad exasperante.
Camino a sus hogares zigzaguean de lo lindo, con sus mentes estiradas por el ejercicio y por la birra. Sospechan que mañana todo será un recuerdo borroso, surcado por una jaqueca monumental. Pero andan tranquilos. Porque en una semana exacta de devenires cotidianos volverán a la universidad, a un curso que ni el mismísimo flan perfecto sospechó que haría estos estragos.

jueves, 19 de agosto de 2010

Al mejor postor

El flan perfecto se especializa, gana en competitividad. Envía diariamente a sus empleados a una institución privada con el fin de convertirlos en máquinas, útiles en un sólo sentido y en el marco de una buena dirección.

No derrocha recursos. Los invierte. Genera inquietudes que no existían entre sus asalariados y promete despejar dudas en un mínimo de cuatro años. Habla de títulos, de sueldos abultados y del riesgo de terminar de taxista. Es mejor la derecha letrada, advierte.

El flan perfecto se finge neutral. Pero envía a su gente a un submundo, para que se empape de su lenguaje y para que se impregne de sus modismos. Forma gente procíclica, libre de ideales obsoletos. Conoce el impacto de un tratamiento maximizador y el de profesores empresarios.

Planea el enfoque académico de sus publicaciones. Se emociona con el formato de los papers y se inclina por las demostraciones matemáticas. Busca consistencia antes que verdades, efectividad antes que renombre. Busca confianza hacia el beneficio, mira de reojo a los accionistas y se vende al mejor postor.


domingo, 1 de agosto de 2010

Alego falta de talento

Se me pide desde la dirección un escrito por semana. Alego falta de talento y de ideas. Solicito libertad, un espacio dominado por la inspiración y no por el consumo como ansiolítico. El exceso de información es desinformación, arrojo para distraer, procurando parecer misterioso.
Se me dice que hay que competir con Facebook y con Twitter, que lo que ellos puedan pensar es anecdótico. Que las corrientes son rápidas y queda en nosotros alcanzar su vorágine, afianzarnos como parte del caos.
Se me hace trabajar por el pancho y la Coca, alejado de mis afectos, en el subsuelo de la redacción. Propongo se me permitan paseos, para fomentar la creatividad y para alimentarla. Necesito ver el verde, digo casi entre lágrimas.
El del traje, el de los billetes, no se inmuta. Permanece pensativo y adivino sus deseos de golpearme. Pero un destello de bondad asoma y promete estudiar la compra de algunas plantas, si me comprometo a regarlas con regularidad. Asiento, cabizbajo y antes de que pueda decir una palabra más el hombre se aleja, zapatea las escaleras y divide su mundo del mío con un portazo violento, cargado de sentido.
Las manos sobre el teclado titubean, tiemblan por el miedo y por el frío. Pero desprenden frases dentro de todo coherentes; prometen esfuerzo, dedicación.
Un cuerpo casi enroscado, una joroba digna de la introversión dibujan mi contorno en la penumbra. Me avalanzo sobre mi conciencia y arranco unos cuantos pensamientos para desparramarlos sobre la hoja, cansado de ver el cursor que titila, burlándose de mis silencios.
Las palabras empiezan a fluir, como un turbio torrente de dolor, alimentado por horas de trabajo subterráneo, con las ojeras de las ojeras, superpuestas en oscuros matices de muerte.
Aunque las detengo respeto el mínimo de caracteres. Sopeso la posibilidad de renunciar.
Negreros, digo sobre el cierre, con un asco que no terminaría de expresar ni en formato de novela, dispuesta en pesados capítulos virtuales. Pedirme un escrito por semana es casi tan grave como la censura, escribo y lo sello con un enter, a la espera de una brutal represalia.

sábado, 17 de julio de 2010

A la hora de tomar partido

El flan perfecto obsoleto, conformado en las más prehistóricas épocas de la legislación civil y a manos de un conservador recalcitrante, ha cambiado de administración.
El nuevo formato es producto de un progresismo new age, de una mente abierta a la novedad y a las diferencias, de un deseo de casarse, por despecho, y para que se vea.

El Consejo en sesión, instaurado tras la flamante Ley de Medios, plantea reformas profundas, impensadas para una sociedad perpleja, paralizada por el frío y por las nuevas tendencias.
No sabe bien cómo pero debe reinventarse, quizás con nuevos colores de fondo, con una publicidad confusa y de un falso doblaje a actores locales, o con temas actuales y más comprometido con el cambio.

Lo nuevo cuando bueno, doblemente bueno, dice el que escribe, aún sin saber si la gramática es correcta. Pero está convencido de que ése es el espírutu, el que llevará a este espacio que le hacía el juego a la derecha, de a poco, a tener una relación más estrecha con el Gobierno, quizás en vistas de formar parte de los festejos por el tricentenario.
Se convence de que su buen desempeño es crucial a la hora de mantener al progresismo en el poder.

Pero no todo son flores, porque no es creíble y aunque los grupos de presión actúen sin tapujos. Los barras K vendrán a buscarnos, pero contactos con facciones de la mafia china nos mantienen protegidos, en el marco de una deuda de favores. Los que conocemos no discuten. Disparan.
Criticamos de manera constructiva y en lo que es pertinente. Sin sacar a relucir nuestro sesgo más oscuro, siempre decisivo a la hora de inclinar la balanza.

Buscamos la rectificación de un indec que no merece mayúsculas, un compromiso mayor para erradicar la inflación, menos manos en las cajas ajenas y discresión a la hora de emitir decretos de necesidad urgencia.

Un país serio necesita un blog que no se defina. Un blog que sea confuso y que se contradiga, que induzca al más desinteresado debate, en pos de una Argentina que traiga la copa desde Brasil en el 2014. En pos de una web libre de frivolidad, menos atada al diseño pero con uno bueno, y de gente libre de pasados y otras afecciones a la hora de tomar partido.

domingo, 4 de julio de 2010

Lágrimas y alcoholes

Sólo nos queda tristeza y soledad. Palabras analgésicas para un país en cama. El torpe juego del ritmo, la danza sintáctica de una semántica sin corazón.
Sólo nosotros para nosotros, porque el mundo se empapa de un oscuro regocijo. Digno de unas almas de alquitrán, propensas a la maldad y al deseo de muerte. El maquiavélico uso de los titulares, el festejo de nuestros vecinos más próximos.

Sólo la pérdida de la razón en un vaso interminable de lágrimas y alcoholes.

El clima fuera de estación siempre presagia, como el pulpo y como el pueblo expectante. Pero de a uno se van convenciendo y terminan por rendirse a los hechos consumados de tiro libre y de contra. A un pueblo germánico al límite de su efusividad, en un festejo para nosotros medido.

Una vez más el hombre se confunde y abandona los abrazos cuando más los necesita. Se hunde en lamentos solitarios frente a un televisor imprudente, incapaz de manejar el control remoto con sabiduría.

Sólo por hoy, volvemos a la tierra de las cábalas truncas y al de las promesas que no habrán de cumplirse. A ocuparnos de nimiedades como el trabajo y la salud, mientras el alma hace su duelo y se amiga con la pelota.

lunes, 28 de junio de 2010

La previa de la previa

Hay una semana para hablar de otras cosas. Para preguntar por las familias y las mascotas. Para darle de comer al pez medio muerto, famélico de ver humanos corriendo el verde tras una pelota y a sus dueños que lo olvidaron viendo el triste espectáculo en high definition.
Hay una semana para que la oposición se reagrupe y afile sus colmillos, para que el gobierno piense en otra celebración que exalte el espíritu patrio.
Para que los bloguistas unidos agoten todo ese palabrerío que tienen dentro y nos dejen en paz.

Pero el caso es que la gente está ansiosa, como mínimo, nerviosa en promedio y completamente loca en algunos casos. Y no hay nada como distraerla con presunciones literarias y opiniones sin valor.

Aprovechemos el desconcierto que genera no jugar en cinco días y digamos boludeces con impunidad. Tengamos un discurso armado, como los jugadores y los técnicos, así no tenemos que responder lo que no queremos.
Aprovechemos que las mujeres luchan por la igualdad y hablan de fútbol para hacer notar nuestra sabiduría en la materia. Intentemos impresionarlas y mantenerlas alejadas de gente realmente letrada en el asunto.
Saludemos al colectivero con una sonrisa cómplice, como si nos estuviese llevando hasta la fría Ciudad del Cabo a enfrentar a los alemanes y preguntemos si al cruzar Pueyrredón piden pasaporte.

Hay una semana para soñar con otra semana. Para pedir por De Michellis y por Messi.
Una semana para ver partidos y no sufrir. Para desligarse de cábalas, de miedos infundados.
Una semana para reflexionar acerca de la importancia de los balones de fútbol en el desempeño de los grandes jugadores y de la importancia de los jueces de línea y de Osorio para los grandes equipos.

Por lo pronto, el flan perfecto sigue de licencia por tiempo indefinido. Ya volverán la literatura y el peso de las palabras. Por hoy, unos cuantos garabatos para el que guste. Y la promesa de más fútbol.

sábado, 26 de junio de 2010

La previa

El flan perfecto insiste, a riesgo de ser catalogado como oportunista, con este asunto del mundial. No porque haya mucho que decir, más bien por una cuestión histórica, porque hace cuatro años perdió su chance viviendo el mundo real, conversando con gente de carne y hueso, expuesto a quién sabe cuántos riesgos. A la posibilidad de tartamudear ante una chica linda y quedar como un tonto, y a algún virus que de seguro andaba por ahí sin tanta prensa. Hoy por hoy es mejor refugiarse en la web y en una retórica por lo menos releída.
El flan perfecto hace la previa en la blogósfera, sin lluvia, comprometido con el sentimiento nacional. Transita el sendero de la prensa exitista y la de los cautelosos. Se alegra por sus vecinos latinoamericanos a la vez que esconde un oscuro resentimiento. Aunque leído en más de 60 naciones, no puede evitar sentir cierta resistencia a la cultura argentina de exportación. Primero defenestraron al film Un argentino en Nueva York, y ahora esto, reflexiona.
El flan perfecto está contento con la formación para enfrentar a México. Insiste en que hay ciertas remeras ajustadas que no son apropiadas para un juego que se suele ver en familia y con algunas mujeres propensas al grito agudo, pero en cierta forma se ha ido acostumbrado al libertinaje reinante. Espera que mucha gente viva el encuentro como vive su vida: frente a un televisor y llenando un vacío que se parece al hambre con snacks. Pero eso no tiene que desalentar a un país, arenga. Para eso están los noticieros y un par de siglos de historia política.
El flan perfecto intenta no ser pesado, pero recomienda fervientemente abstenerse por hoy del tequila y de la tentación de contratar mariachis. No es xenofobia, aclara, pero quién sabe qué andarán diciendo tras esos exagerados bigotes.
Por último insta y se comprote a festejar en paz. Entre amigos, con la familia, trasladando el espíritu de equipo a lo cotidiano. Porque un país serio se construye desde abajo, según dicen, y el flan perfecto no puede evitar el mensaje social que desde el principio y en cada una de sus líneas ha intentado transmitir.

jueves, 17 de junio de 2010

El argentino promedio

El patriota hoy salió en patota. Los supermercados chinos cerraron por miedo a represalias. Por miedo a que los confundan con coreanos del sur y a titubear a la hora de explicar su procedencia, en el marco de un castellano poco fluido.

El argentino promedio desayunó medialunas. Por gusto, por cábala. Y en menor medida por reactivar el mercado panadero, en detrimento de las grandes panificadoras multinacionales.
La escasez de materia prima golpeó a toda la república, completando en ocasiones el faltante con cal y otras harinas genéricas.

El argentino promedio gritó más el tercer gol que el primero. Por miedo al empate. Y en menor medida porque ya estaba despabilado.
Corea se manducó un gol en contra en concepto de cena, o como un aperitivo, si mis cálculos horarios no fallan.

El argentino promedio no pudo menos que salir a la calle. Ver blanco, ver celeste. No pudo menos que ir con la cabeza erguida, compensar el declive natural de su idiosincrasia.
Ensució el reverso del cuello de sus camisetas, como un ejército de petisos mirando al cielo.

El argentino promedio saca promedios de lo que le conviene. Para medir la inflación y para hablar de estándares internacionales. Pero en promedio los quiero a todos, porque viven cerca. Y en menor medida porque me conviene.

domingo, 6 de junio de 2010

El flan perfecto es mundial

Pocas veces la bandera tuvo tanto significado, al menos para el joven apolítico, para el internauta narcisista, para el pueblo totalmente descreído, arreciado por inflaciones e inseguridades.
Pocas veces el gentío y el populacho se han citado a tan tempranas horas del sábado de resacas.
La camiseta olvidada en el fondo del cajón asoma, como un lento amanecer de cuatro años, abandonados a la suerte de lo cotidiano, a merced de trajes y corbatas y ni un solo corazón.
¿Cómo pensarlo sin el miedo de perderlo todo? Como un calculador cronista que prepara las tapas alternativas de un diario.
¿Cómo imaginarlo sin la copa levantada? Sin un grito que avanza por el Atlántico, como un maremoto, hasta las puertas de este nuevo júbilo bicentenario.
Es época de abrazos, de amistades exacerbadas, de tapas de gaseosa con pelotas de fútbol. Es la época de los antitodo, para que por una vez griten algo.
Queremos sacarnos algunas cosas del cuerpo, purificarnos de la garganta hacia afuera. Desaforados, por una historia turbulenta, por los deseos de expresar algo y no saber bien qué.
No hay nada más real que un mundial. Nada. Somos nosotros. Como animales.

martes, 18 de mayo de 2010

Regla de tres

Se desparrama el joven por las vertientes de una matemática incomprensible. Se deja caer, hasta recordar sólo polinomios, y una aproximación a las derivadas.
Se hunde en un pasado menos glamoroso, donde las camperas de jean y gente de la buena en harapos. Donde las fiestas de pura oscuridad, con la sonrisa inocente de quien no sospecha el paso del tiempo.
Atenta contra su salud con vasos de bebidas inexplicables. Con pogos de gente más robusta, dueña de una historia más violenta. Y con el frío polar del regreso.

Se desparrama el adolescente por las vertientes de una matemática poco comprensible, se deja caer, retrocediendo hasta recordar sólo ecuaciones e inecuaciones, y las propiedades de los triángulos.
Se sumerge en un pasado menos revoltoso, donde las carpetas número tres y el uso del transportador. Donde los bailes del colegio vecino, con la ropa equivocada de quien no sabe combinarse.
Atenta contra su aspecto con un jopo inexplicable y agita su estatura subnormal al ritmo de "A rodar mi vida".

Se desparrama el niño por las vertientes de una matemática amable, se deja caer, retrocediendo hasta recordar sólo las cuatro operaciones básicas, y la regla de tres simple.
Se zambulle en un pasado glorioso, donde las aulas el segundo hogar, donde los amigos la familia.

miércoles, 28 de abril de 2010

Bastante escueto

Distingue el hombre el bueno del malo. Y camina con su detector como estandarte. No ayuda mucho para hacer amigos. Acota la lista en Facebook y merma la avalancha de notificaciones.
Distingue el hombre lo bueno de lo malo. Lee la biblia y clasifica sus dichos; actúa bajo un riguroso código moral. Ayuda a ciegos a cruzar la calle y corrobora que a las señoras les den bien el cambio.
Distingue con holgura al charlatán, al engrupido y al pedante. Los crucifica y no se permite compartir una sala con ellos. Los lugares habitables disminuyen y estudia poner llave en su habitación.
Comenta con la madre y le promete una copia.
Denuncia cualquier clase de ilícito. Por recto, por rencoroso. No se permite la violencia física, pero desarrolla la verbal con gran precisión. Desconfía sistemáticamente, devuelve billetes arrugados o con cinta.
Ahorra. Por el fin mismo de ser medido. Y porque sus sueños son bastante escuetos.
Consulta intermitentemente a un psicólogo estatal para maximizar el destino de sus impuestos. Exige factura; o descuenta el %21 y más tarde avisa a las autoridades de la AFIP.
Sobre el final, envía el número de recibo y espera el sorteo del auto.
Es soltero en defensa propia (le gusta decir) y por unanimidad. Tiene una relación con la TV, con los bizcochos Don Satur y con el mate dulce. Gana de mano a los amigos (simpatizantes del amargo) mezclando azúcar en el paquete de yerba.
En cada foro que visita deja su huella, antipática, de tinte conservador. Contrero por deporte, odia los deportes, pero los comenta igual. Propone cambios en las reglas u opina que los jugadores se han corrompido. ¨No hay amor a la camiseta, empezando por los clubes que la cambian a cada rato, y sólo importan los contratos millonarios¨. ¨La selección de fútbol es una feria para Europa, una gran vidriera de talentos al servicio del capital¨.
No tiene nada para decir pero lo dice. No tiene ideología pero la defiende. No tiene un gran corazón pero lo exhibe.
Porque se hizo un blog. Y tiene que justificarlo.

viernes, 5 de marzo de 2010

La mujer del té. El regreso.

La trama se complica. La joven tiene otros asuntos en mente. Ha perdido el Norte y ha encontrado un novio simpatizante de la cerveza de litro.
Encuentra que su atención se bifurca, que las emociones pesan tanto como sus libros y que su cuerpo anegado empieza a pisar fuerte en la toma de decisiones.
Miembro de una universidad privada y exclusiva, recibe un apercibimiento del Departamento de Seguimiento Académico. Las palabras solemnes del comunicado se le presentan como un ultimátum. La muchacha, de pechos turgentes y dueña de una ingenuidad antigua, rompe en llanto. Compara calificaciones y en su mente sólo hay gráficos de barras, con enormes caídas, y palabras desafortunadas de gente que respeta.
Conversa con su psicóloga en sesiones de una duración extraordinaria, con pagos extraordinarios de una familia solvente. Telefonea amigas y monologa con acento recoleto. Advierte su bajo peso a la vez que sus ojeras se acercan al piso, y examina toda la escena frente a un espejo mal iluminado.
Las horas y las ideas se acumulan en cada hueco de su conciencia, en cada palabra que dice y en otras tantas que decide callar; y en sus ojos asustados se puede adivinar una desorientación mayúscula, un azaroso ir y venir de los pensamientos.
Encuentra la joven que lo más sensato no es para nada amable y en el futuro más próximo se puede vaticinar una vícitma de buen corazón, de intenciones nobles, de debilidades evidentes y ocultas. Un hombre que de cinco pensamientos le dedica tres, uno lo deja librado a la fortuna y el último se lo toma en un enorme chopp helado.
Pero la clemencia no es una posibilidad. No si su porvenir le merece un mínimo de cuidado.
Medita estas cosas y define un plan de acción en tiempo récord. Lo que dura un té de manzanilla. Recoge celular-plata-llaves y camina meneando su futura disponibilidad con pasos cortos y veloces, como los de un pajarito.
Lo encuentra en el bar, con la misma gente de siempre y en idéntica posición. Entra como un torbellino, por miedo a arrepentirse quizás, o por la urgencia de retomar el rumbo. Se lo lleva por las buenas pero con decisión y en un santiamén el joven está enterado de que el asunto se termina. La muchacha no muy entusiasmada con la despedida y el llanto se limita a cerrar temas prácticos, como la devolución de un dvd o el reintegro de la última salida a cenar.
Al poco tiempo la merma de los apercibimientos es evidente y se oyen rumores de que profesores de renombre han puesto el ojo en ella. Los murmullos no tardan en materializarse y en un abrir y cerrar de ojos se discuten en las oficinas de más alto rango. Primero en secreto, luego en presencia de la joven privilegiada, para luego hacer el más glamoroso despliegue en actos épicos, con palabras de aliento hacia alumnos menos talentosos, con la prueba del éxito de pie en el estrado.
Anda la muchacha por los pasillos de la universidad con una autoridad recuperada, con una belleza que sólo el orgullo podía resaltar y de cuando un cuando, dicen los que la conocen, se hace una pausa (no muy larga, lo que dura un té de manzanilla), para leer lo que el joven abandonado escribe de ella.

miércoles, 13 de enero de 2010

La mujer del té

Munida de libros, enciclopedias y unos cuantos útiles escolares, avanza cabizbaja hacia el comedor. La carrera es lenta y en el pasillo largo, la acechan cantidad de ideas desafortunadas.
Se sienta con su ahínco, provista de un té de manzanilla. Revuelve mirando fijo aquel movimiento casi hipnótico y cierra la boca justo a tiempo para evitar una inesperada caída de baba. Se le ocurre que debería estar más atenta, o eso mismo podría pasarle en clase, desatando un papelón de dimensiones catastróficas.
Determinada, resuelta, se impone metas, plazos inamovibles y se convence de una disciplina casi religiosa. Mira la hora con la dureza de quien ha decidido dejar todo atrás, en pos de una tarde de estudio provechosa.
A estas alturas, su mente ha caído en un blanco muy puro; un blanco en el cual pueden y deben quedar impresas las cosas que hoy realmente incumben. Historia y arte habrán de mezclarse y de confundirse. Y ella deberá ser capaz de digerir la información hasta que toda se presente en un mismo plano.
Sabe lo difícil de su empresa, pero no se deja amedrentar.

A contra reloj, pero dueña de una serenidad envidiable, ya mastica textos con autoridad, complementa con manuales y consulta términos desconocidos en un diccionario gordo y viejo.

Toma notas, maneja sin pudor una sinopsis atrevida y desafiante, a la vez que se comunica telefónicamente con un selecto grupo de eruditos, acuñado a lo largo de su frondosa vida intelectual.

No existen las horas, ni el hambre ni los afectos. La tarde es ahora un pantano, un oscuro lugar en el que todo lo que la alumna sumerge aparece momentos después por fragmentos, en fangosos montones, para volver a hundirse y mezclarse todos con todos.

Los autores se han cansado de contradecirse y casi ninguno ha podido evitar arbitrarias opiniones. La mujer del té se enoja, pierde la paciencia con ellos, pero casi al instante en que aparecen, se despoja de los malos pensamientos y se apronta a conciliar lo leído.

Al tiempo que las horas pasan, su sombra se alarga en el piso hasta alcanzar la pared que cuida sus espaldas. La mesa se aparece atiborrada de libros y de apuntes que fueron y vinieron sobre su lomo durante toda la jornada, al parecer, caóticamente.

Pero al atardecer hay en esta joven una forma de mirar, de tratar los textos con desdeñosa familiaridad, que permite sospechar que ese caos ya no es tal cosa. Más bien, parece como si el orden ya no importara.

Será, tal vez, que ha leído lo suficiente. Será que lo que sabe ya no lo sabe en capítulos, que los hechos se alejaron del papel para quedar impresos en el blanco de su mente. Y que la historia y el arte se funden, de infinitas maneras cada vez más complejas, pero ya no se confunden; conviven, como todo y junto a todo, desparramados en un mismo lienzo.