miércoles, 20 de octubre de 2010

Un pie en la ruta

Ahí viene lo bueno, a trancos desde febrero más o menos. Lo bueno de meter dos pares de medias y tres remeras en una mochila, anticipando un viajar sucio y poco premeditado. El irse justo cuando se viene el verano jodido, describiendo nuestro andar más cobarde, en un año con todo a medio hacer.
Viene el asunto de partir la cabeza en dos y de dejar que la más impulsiva maneje tus ahorros, que justifique todo con la inflación y la baja tasa de interés. El asunto de animársele al sistema y al futuro, sin duda abstracciones que no conocemos en lo más mínimo; pero suena arriesgado y nos gusta oírlo.
Ya tenemos un pie en la ruta que hoy nos encanta y mañana odiamos porque el dedo pasó de moda y la inseguridad es la excusa perfecta para no cargar con unos hippies. O el tema de la ley, en las camionetas con cajas.
Nos ponemos anteojos de sol hasta para ir al banco porque no todo es no encandilarse sino también manejarse con estilo. Sacamos el plazo fijo antes de tiempo, defraudando a mucha gente de traje y entorpeciendo un sistema que casi no conocemos, pero que se basa en conductas opuestas a las nuestras. Amenazan con tremendas penalizaciones, pero tras los lentes oscuros todo parece lejano, incapaz de culminar en consecuencias reales. Si tuviésemos un arma quizás intentaríamos llevarnos unos pesos extra, pero el tema del desarme en el fondo nos preocupa y proponemos cambiar pistolas por libros, granadas por participaciones en redes solidarias.
De shopping las mallas amagan con volverse pantalones largos y nos preguntamos quién empezó a corromper el objetivo inicial de estar cómodo y veraniego. Pero las vendedoras fingen que no entienden de qué hablamos y nos tratan como a un dinosaurio.
Caminando por calles céntricas nos identificamos con los nuestros y pensamos en saludarlos, pero se nos ocurre arriesgado y preferimos una complicidad implícita, que se refleje sólo en un paso despreocupado y en las havaianas de color.
No es por ser alarmista, pero tampoco es cuestión de ignorar esta ola de irresponsabilidad que se nos viene cada primavera. Puede que un día le sigamos mucho la corriente y ya no haya vuelta atrás.

viernes, 15 de octubre de 2010

Como un grisín

El flan perfecto, como el banco central, imprime un papel devaluado, con altos costos para su credibilidad, atentando contra su propia institución. Dinamita sus bases en medio de discursos sin respaldo, contra toda teoría literaria.
Establece prioridades con la sensatez del niño, prefiere callar verdades, decir huevadas, convencer al lector por cansancio y no por calidad.
Representa la palabra del argentino que prefiere pronunciar miles antes que pensar dos veces. Se acerca peligrosamente al status del charlatán y es inmaduro por falta de opciones, pero elegiría serlo si pudiera.
El flan perfecto navega una internet obsoleta, reniega de twitter por ignorante, pero se anuncia en facebook y hace más evidente sus contradicciones. Pero todos conocen algún fundamentalista y no por eso hay que marginarlo. Incluyamos al diferente para no pelear entre nosotros.
Es menester que confíen en su voluntad de pago. El flan perfecto promete retribuir cada minuto de lectura desperdiciada con horas de atrapantes historias, personajes queribles que se asemejen de forma sutil a cada uno de nosotros, y finales para todos los gustos, con el infaltable ingrediente del amor.
Absorción para la creación, se repite hasta el cansancio, leyendo hasta el pote de la crema de enjuague. Pero nadie cree tampoco en el silencio. Y las páginas caducan. Y el cliente se va con la competencia.
El trabajo se hace cuesta arriba cuando se tiene que pensar hasta el título, cuando el pasado te respalda menos que a medias y cuando el hombre de acción te apabulla cada día con una nueva idea.
El flan perfecto lleva su ilusión como bandera, pero de momento no corre viento y el mástil titubea, frágil como un grisín.