viernes, 5 de marzo de 2010

La mujer del té. El regreso.

La trama se complica. La joven tiene otros asuntos en mente. Ha perdido el Norte y ha encontrado un novio simpatizante de la cerveza de litro.
Encuentra que su atención se bifurca, que las emociones pesan tanto como sus libros y que su cuerpo anegado empieza a pisar fuerte en la toma de decisiones.
Miembro de una universidad privada y exclusiva, recibe un apercibimiento del Departamento de Seguimiento Académico. Las palabras solemnes del comunicado se le presentan como un ultimátum. La muchacha, de pechos turgentes y dueña de una ingenuidad antigua, rompe en llanto. Compara calificaciones y en su mente sólo hay gráficos de barras, con enormes caídas, y palabras desafortunadas de gente que respeta.
Conversa con su psicóloga en sesiones de una duración extraordinaria, con pagos extraordinarios de una familia solvente. Telefonea amigas y monologa con acento recoleto. Advierte su bajo peso a la vez que sus ojeras se acercan al piso, y examina toda la escena frente a un espejo mal iluminado.
Las horas y las ideas se acumulan en cada hueco de su conciencia, en cada palabra que dice y en otras tantas que decide callar; y en sus ojos asustados se puede adivinar una desorientación mayúscula, un azaroso ir y venir de los pensamientos.
Encuentra la joven que lo más sensato no es para nada amable y en el futuro más próximo se puede vaticinar una vícitma de buen corazón, de intenciones nobles, de debilidades evidentes y ocultas. Un hombre que de cinco pensamientos le dedica tres, uno lo deja librado a la fortuna y el último se lo toma en un enorme chopp helado.
Pero la clemencia no es una posibilidad. No si su porvenir le merece un mínimo de cuidado.
Medita estas cosas y define un plan de acción en tiempo récord. Lo que dura un té de manzanilla. Recoge celular-plata-llaves y camina meneando su futura disponibilidad con pasos cortos y veloces, como los de un pajarito.
Lo encuentra en el bar, con la misma gente de siempre y en idéntica posición. Entra como un torbellino, por miedo a arrepentirse quizás, o por la urgencia de retomar el rumbo. Se lo lleva por las buenas pero con decisión y en un santiamén el joven está enterado de que el asunto se termina. La muchacha no muy entusiasmada con la despedida y el llanto se limita a cerrar temas prácticos, como la devolución de un dvd o el reintegro de la última salida a cenar.
Al poco tiempo la merma de los apercibimientos es evidente y se oyen rumores de que profesores de renombre han puesto el ojo en ella. Los murmullos no tardan en materializarse y en un abrir y cerrar de ojos se discuten en las oficinas de más alto rango. Primero en secreto, luego en presencia de la joven privilegiada, para luego hacer el más glamoroso despliegue en actos épicos, con palabras de aliento hacia alumnos menos talentosos, con la prueba del éxito de pie en el estrado.
Anda la muchacha por los pasillos de la universidad con una autoridad recuperada, con una belleza que sólo el orgullo podía resaltar y de cuando un cuando, dicen los que la conocen, se hace una pausa (no muy larga, lo que dura un té de manzanilla), para leer lo que el joven abandonado escribe de ella.