miércoles, 13 de enero de 2010

La mujer del té

Munida de libros, enciclopedias y unos cuantos útiles escolares, avanza cabizbaja hacia el comedor. La carrera es lenta y en el pasillo largo, la acechan cantidad de ideas desafortunadas.
Se sienta con su ahínco, provista de un té de manzanilla. Revuelve mirando fijo aquel movimiento casi hipnótico y cierra la boca justo a tiempo para evitar una inesperada caída de baba. Se le ocurre que debería estar más atenta, o eso mismo podría pasarle en clase, desatando un papelón de dimensiones catastróficas.
Determinada, resuelta, se impone metas, plazos inamovibles y se convence de una disciplina casi religiosa. Mira la hora con la dureza de quien ha decidido dejar todo atrás, en pos de una tarde de estudio provechosa.
A estas alturas, su mente ha caído en un blanco muy puro; un blanco en el cual pueden y deben quedar impresas las cosas que hoy realmente incumben. Historia y arte habrán de mezclarse y de confundirse. Y ella deberá ser capaz de digerir la información hasta que toda se presente en un mismo plano.
Sabe lo difícil de su empresa, pero no se deja amedrentar.

A contra reloj, pero dueña de una serenidad envidiable, ya mastica textos con autoridad, complementa con manuales y consulta términos desconocidos en un diccionario gordo y viejo.

Toma notas, maneja sin pudor una sinopsis atrevida y desafiante, a la vez que se comunica telefónicamente con un selecto grupo de eruditos, acuñado a lo largo de su frondosa vida intelectual.

No existen las horas, ni el hambre ni los afectos. La tarde es ahora un pantano, un oscuro lugar en el que todo lo que la alumna sumerge aparece momentos después por fragmentos, en fangosos montones, para volver a hundirse y mezclarse todos con todos.

Los autores se han cansado de contradecirse y casi ninguno ha podido evitar arbitrarias opiniones. La mujer del té se enoja, pierde la paciencia con ellos, pero casi al instante en que aparecen, se despoja de los malos pensamientos y se apronta a conciliar lo leído.

Al tiempo que las horas pasan, su sombra se alarga en el piso hasta alcanzar la pared que cuida sus espaldas. La mesa se aparece atiborrada de libros y de apuntes que fueron y vinieron sobre su lomo durante toda la jornada, al parecer, caóticamente.

Pero al atardecer hay en esta joven una forma de mirar, de tratar los textos con desdeñosa familiaridad, que permite sospechar que ese caos ya no es tal cosa. Más bien, parece como si el orden ya no importara.

Será, tal vez, que ha leído lo suficiente. Será que lo que sabe ya no lo sabe en capítulos, que los hechos se alejaron del papel para quedar impresos en el blanco de su mente. Y que la historia y el arte se funden, de infinitas maneras cada vez más complejas, pero ya no se confunden; conviven, como todo y junto a todo, desparramados en un mismo lienzo.

5 comentarios:

  1. me gusto mucho. me suelen gustar mas los cuentos de este estilo, un estilo mas claro y con tematicas mas corrientes. debe ser q soy muy conservador..
    te imaginaba a vos estudiando economia. q quilombo!

    abrazo!

    ResponderEliminar
  2. me gusto... esta muy bueno...
    esta bueno que al conocer al escritor uno sabe algun que otro detalle de mas.. ja!

    jona

    ResponderEliminar
  3. Q barbaro esto de estudiar!...me gusto el relato. Abrazo.
    Marce

    ResponderEliminar
  4. a marce le dicen tiburon blanco...
    porq cada tanto se come a un tipo, ja!

    ResponderEliminar
  5. ¿Inspirado en una chica flaquita de pelo largo lacio castaño que estudia por el centro tal vez?
    Me gustó mucho Manu.

    Maru

    ResponderEliminar