lunes, 15 de noviembre de 2010

Rockero

El rockero le escribe a su pareja estable. Cambia revolución por un plato caliente a la vuelta del ensayo, se corta el pelo porque ella se lo pide y le parece justo. Combina breves dosis de cerveza con largas caminatas, distorsión y acordes disonantes con letras que apuntan al confort.
El público no perdona y se habla como poco de traición. En cualquier recital en donde las remeras sean grises de tanto pogo, donde el negro se va fundiendo en el salto unánime y el estampado muestra la hilacha, la muchedumbre dedica cánticos de desprecio al artista, antes de que empiece el show, entre tema y tema, y como despedida.
El rockero se entristece puertas adentro, abrazado a su mujer, el perro a los pies de la cama. Comenta lo dura que puede volverse la gente, lo difícil que resulta pertenecer a algo por mucho tiempo. Reflexiona sobre los prejuicios de gente que parecía tan libre.
Aquello que podría gustarle a un nuevo público, identificado con letras tenues desparramadas en temas violentos, se vuelve estéril. Esa gente conoce su pasado y no perdona. Desconfía de su reciente trabajo y se refugia en una crítica destructiva, ocultando un fanatismo latente que probablemente nunca revelará.
El rockero se sabe incapaz de traicionarse e insiste, quizás con palabras algo más oscuras, producto de una incipiente depresión. Canta a su mujer y a sesiones de terapia que lo alivian; a algunas medicinas poco recomendadas. Lleva sus trabajos bajo el brazo, tocando timbre en discográficas independientes, viendo como se cierra una puerta tras otra, al tiempo que sus fuerzas decaen y su pareja se preocupa.
El público le pierde el rastro y ya no hay enojo, sólo indiferencia. Las radios evitan sus canciones aunque al musicalizador le guste, que no lo dice, que teme por su puesto.
El rockero se vuelve adicto, ya no a medicinas sin prescripción, sino a drogas pesadas, de las que te meten preso. Combina ciclos de euforia y creatividad autodestructiva con letras de desprecio sin dirección, a un mundo que cada uno imagina como su propio enemigo.
La mujer lo deja, esparciendo un río de lágrimas a su paso, una tristeza profunda que le sabe a culpa, llevándose al perro y unos cuantos bártulos con ella.
Su público lo recibe de nuevo como uno de los suyos. Como un buen hombre que por un momento se alejó del camino. Tienen remeras y mochilas con su nombre y no dudan en volver a lucirlas. Porque la traición sólo se siente cuando hay cariño, y nada quiere más un buen resentido que volver a querer.

2 comentarios:

  1. y el rockero se vuelve economista y luce sueters pierre cardin, jaja
    lindo relato, lineal, como me gustan. me gusto el remate tambien, fijate.
    abrazo!

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  2. Y nada quiere mas un buen resentido que volver a querer. Genial!

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