sábado, 22 de diciembre de 2012

Alma de cucaracha

El flan perfecto sobrevive al fin del mundo y a los saqueos, fiel a su alma de cucaracha. Avanza como un zombie, aferrado a pensamientos básicos e instintivos, pensando que quizás comer un par de cerebros en esta época no sea tan grave y que ante eventuales reveses judiciales siempre es posible obtener una cautelar. Avanza como un zombie, pensando sólo en el consumo, como hizo durante su vida humana, con un apetito que escapa a su entendimiento.

El flan perfecto es también el hombre que subyace. Persigue objetivos como si le fueran propios. Ahorra para consumo futuro y aunque los zombies no lo entiendan eso le da felicidad. Es el hombre que estudia, trabaja, paga alquiler, mira tele, admira filósofos y está lleno de prejuicios. Ensaya divertidos juegos de mente que lo distraen por horas, días y años. Hasta puede que obtenga un diploma y logre sobresalir entre otros hombres zombie para garantizarles el hambre y las bondades de la muerte, sin saber que el hambre del corazón es mucho más grande y que es difícil de llenar cuando se vive secando el alma para guardarla en papel film.

El flan perfecto vive los tiempos que vive para reconciliar al hombre con el zombie. Para trazar objetivos comunes que hasta ahora se parecen poco y nada. Porque el hombre es una máquina diseñada para luchar por lo que no tiene sentido y para eso hacen falta unas cuantas banderas. Para ocultar la más grande, que de tan grande gira con la tierra y sólo la ven desde el espacio unos cuantos alienígenas.

El flan perfecto vive los tiempos que vive para cuidar al zombie de la acción del hombre. Porque los zombies comen cerebros pero escriben poesía, y no hay tiempo para descifrarla cuando existe la amenaza de otros hombres.

El flan perfecto no va a esperar otro fin del mundo para replantear sus prioridades, ni va a sentarse frente a la televisión para que le digan cómo hacerlo. No hasta que salga Bonelli y lo reemplace un verdadero zombie.

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