martes, 4 de agosto de 2009

Los colorados

El hombre despierta, lo despiertan la saliva sobre su almohada y un despertador de fondo. Les dedica un gesto de desagrado, casi de desprecio. Se limpia con la sábana y se para, angustiado, como cada vez que debe dejar la cama para ir a trabajar. Le gusta su oficio, pero más le gusta dormir hasta tarde. Se tambalea para llegar hasta el baño, donde casi de memoria emboca la mayor parte de su orina en el inodoro y sostiene la pared. Gira hasta el lavatorio y se lava la cara, luchando por mantener los ojos abiertos. El agua se solidariza con su esfuerzo y, en un conmovedor trabajo de equipo, logran esa cotidiana victoria. Se mira en el espejo y se apoya cansado en el lavatorio. Se observa y se deprime al descubrir que debe afeitarse. Está por comenzar la labor cuando descubre algo verdaderamente inquietante en su barba: un pelo colorado, al parecer orgulloso de ser diferente, porque mide casi el doble que cualquier pelo negro ordinario y los mira con soberbia desde arriba. O mejor dicho desde abajo, porque sale justo del medio de la pera. Se alarma inevitablemente. Intenta relajarse, quizás sea el reflejo de la luz. Pero no; ese pelo es colorado por donde se lo mire.

De haber estado más despabilado hubiera detenido su tarea e improvisado algún argumento para explicar la presencia de aquel colorido inquilino. Se limita a afeitarlo y se promete no preocuparse, esperar, y ver si vuelve.

Mañana siguiente. Suena el despertador y se sobresalta. No durmió mucho. El asunto del colorado lo tiene realmente preocupado. También hoy hay saliva sobre su almohada. Se tambalea con decisión hasta el baño y se para sin preámbulos frente al espejo, pero no puede ver por la minúscula rendija de sus ojos. Se lava la cara. Por fin se acaba el misterio: no tiene un pelo rojo, sino dos, uno al lado del otro, ridículamente dispuestos. No sabe qué hacer. Desespera. Llama a su oficina y dice que llegará más tarde. Se cambia, no desayuna y va directo al médico.

Quien lo atiende es de su confianza, lo visita con frecuencia, y el que sea un hombre de ciencia lo llena de tranquilidad. Se dan la mano y antes de que el doctor pregunte nada, el hombre le explica en tono de urgencia su problema. El médico lo mira, le levanta el mentón, piensa, se cruza de brazos. El diagnóstico se hace esperar. No llega nunca. Por primera vez en años ese hombre diplomado no tiene una respuesta. Intenta tranquilizarlo, grave no es. Tal vez tengas algún pariente pelirrojo, interroga. No, doctor, todos morochos desde hace varias generaciones. Qué curioso, exclama sin mucho entusiasmo el de blanco.

Camina desconfiado hacia el trabajo, no le gusta su nueva apariencia y teme despiadadas risas. Pasa por una puerta con espejo y gira bruscamente su rostro, eludiéndolo, evitando a esos dos nuevos acompañantes que sin duda tienen algo de siniestro. Llega a su oficina y se escabulle entre los pasillos. En medio de potenciales risas burlonas, saluda tímidamente a sus compañeros, finge un atareado apuro. Llega agitado a su escritorio y cierra con violencia la puerta. Intenta distraerse organizando unas carpetas, realizando unos cálculos en la computadora. No lo consigue. Se recuesta sobre su silla y reflexiona. Siempre había mirado con cierto desprecio a los pelirrojos...tal vez esto fuese un castigo. Sonrió al darse cuenta de lo absurdo de su pensamiento, pero la seriedad volvió de inmediato junto al recuerdo de los colorados.

Una semana más tarde, su barba era completamente pelirroja y su cabello seguía el mismo camino. Ya no iba a trabajar, pasaba las horas engordando de imágenes frente a la televisión. ¿Cómo podía salir a la calle si ya era casi un pelirrojo? ¿Y para qué iba a salir?, pensó, si su único problema no tenía solución, yacía triste y olvidado a un costado de la ciencia.

5 comentarios:

  1. muy buen cuento! demas esta decir q me siento identificado con lo de la barba colorada,de hecho por eso no trabajo mas...jaja

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  2. Gran parte de la familia de mi mamá, incluyédndola a ella, es pelirroja.
    Pero no me ofendo, es más, creo que voy a utilizar la excusa de mi potencial problema sin cura para quedarme unos días en casa.
    Muy buena la historia, Manu!
    Maru

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  3. guacho, cuando vi q estabas con el blog sentì nostalgia por el viejo espacio q habìamos generado entre humo de bohemia y jòven inquietud.

    el taller, me acuerdo de este texto, me acuerdo de èl.

    un saludo.

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  4. manolo, buen manolo, buena histria, cortos relatos de la desgracias.
    nunca pensaste que deberias dedicarte mas a esto...?
    tamb lo recuerdo, pero hoy me gusta mas.

    mis abrazos

    Monko

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  5. Grande Manolo! Tan buenisimos los cuentos!
    Abrazo!
    Juancho

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