El flan perfecto, como el banco central, imprime un papel devaluado, con altos costos para su credibilidad, atentando contra su propia institución. Dinamita sus bases en medio de discursos sin respaldo, contra toda teoría literaria.
Establece prioridades con la sensatez del niño, prefiere callar verdades, decir huevadas, convencer al lector por cansancio y no por calidad.
Representa la palabra del argentino que prefiere pronunciar miles antes que pensar dos veces. Se acerca peligrosamente al status del charlatán y es inmaduro por falta de opciones, pero elegiría serlo si pudiera.
El flan perfecto navega una internet obsoleta, reniega de twitter por ignorante, pero se anuncia en facebook y hace más evidente sus contradicciones. Pero todos conocen algún fundamentalista y no por eso hay que marginarlo. Incluyamos al diferente para no pelear entre nosotros.
Es menester que confíen en su voluntad de pago. El flan perfecto promete retribuir cada minuto de lectura desperdiciada con horas de atrapantes historias, personajes queribles que se asemejen de forma sutil a cada uno de nosotros, y finales para todos los gustos, con el infaltable ingrediente del amor.
Absorción para la creación, se repite hasta el cansancio, leyendo hasta el pote de la crema de enjuague. Pero nadie cree tampoco en el silencio. Y las páginas caducan. Y el cliente se va con la competencia.
El trabajo se hace cuesta arriba cuando se tiene que pensar hasta el título, cuando el pasado te respalda menos que a medias y cuando el hombre de acción te apabulla cada día con una nueva idea.
El flan perfecto lleva su ilusión como bandera, pero de momento no corre viento y el mástil titubea, frágil como un grisín.
el flan perfecto se anunciaria contundente y preciso. pero esto es el flan ferpecto señores!
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