jueves, 19 de agosto de 2010

Al mejor postor

El flan perfecto se especializa, gana en competitividad. Envía diariamente a sus empleados a una institución privada con el fin de convertirlos en máquinas, útiles en un sólo sentido y en el marco de una buena dirección.

No derrocha recursos. Los invierte. Genera inquietudes que no existían entre sus asalariados y promete despejar dudas en un mínimo de cuatro años. Habla de títulos, de sueldos abultados y del riesgo de terminar de taxista. Es mejor la derecha letrada, advierte.

El flan perfecto se finge neutral. Pero envía a su gente a un submundo, para que se empape de su lenguaje y para que se impregne de sus modismos. Forma gente procíclica, libre de ideales obsoletos. Conoce el impacto de un tratamiento maximizador y el de profesores empresarios.

Planea el enfoque académico de sus publicaciones. Se emociona con el formato de los papers y se inclina por las demostraciones matemáticas. Busca consistencia antes que verdades, efectividad antes que renombre. Busca confianza hacia el beneficio, mira de reojo a los accionistas y se vende al mejor postor.


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