Envejece en su barrio, sugiriendo una prematura vuelta al origen o el primero de muchos regresos, a paso cambiado con las izquierdas latinoamericanas.
El flan perfecto se renueva. Debe ser el aire, las caras conocidas o el amor tanguero barrial que de tan irracional adquiere cierta mística.
Se renueva porque el letargo es tan cómodo y seguro como la muerte.
El flan perfecto envejece. Se lo avisan algunos sueños truncos y el sueño que trunca sus noches; la repetición en todas sus variantes; sorpresivas epifanías que guarda siempre bajo la alfombra.
Envejece en su mundo que es bien chico, como su coraje, como su capacidad conmoverse y pasar a la acción.
El flan perfecto se renueva. Quizás no sea tan vistoso como cambiar el auto pero puede que aligere la marcha.
Se renueva y se recicla, como su casa que lo aventaja y que lo vigila desde panópticas manchas de humedad.
El flan perfecto envejece. Se lo avisan los secundarios que marchan para tomar una posta que él ni siquiera les dejó.
Envejece en una democracia joven y corporativa, que hace pie en los más oscuros prejuicios de la clase media y descansa en el frío arte de la represión.
El flan perfecto tiene oscuros prejuicios, como todos, pero con ellos no se hace la política y aquí nadie pareciera saberlo.
El flan perfecto se renueva, porque le asusta ver hasta que punto se olvidó de lo artesanal.